Bajo el nombre de energía termosolar, también conocida bajo la denominación de energía termoeléctrica, nos encontramos ante una energía que aprovecha el calor del sol con el fin de producir electricidad a gran escala, la cual se caracteriza por algo fundamental: es cien por cien limpia.
De hecho, ¿sabías que el sol es capaz de proporcionar más energía en una hora que la que los habitantes del mundo pueden consumir en un año entero? De esta forma, la tecnología solar térmica aprovecha este recurso tan potente, que destaca no solo por ser limpio, sino por ser gratuita y, sobre todo, totalmente inagotable.
Además, también es un tipo de energía ideal para empresas y organizaciones que, de alguna u otra forma, deseen reducir sus emisiones de efecto invernadero y protegerse del coste de los combustibles, al convertir la energía del sol en energía y también en agua caliente para edificios de todo tipo.
Es un tipo de energía utilizada ampliamente en Europa, aunque aún continúa siendo una tecnología poco explotada en muchos países. Algo que sorprende, especialmente si tenemos en cuenta que, en comparación con otras tecnologías de energía renovable, la energía solar térmica es una forma relativamente barata de generar agua caliente.
Existen, como veremos, distintas formas de absorber, almacenar y distribuir la energía que se obtiene a través del sol. Pero fundamentalmente destacan dos: la torre central y las tecnologías de cilindros parabólicos.
Las conocidas como tecnologías térmicas solares tienden a capturar la energía térmica del sol con el fin de utilizarla tanto para la calefacción como para la producción de electricidad. Se trata de algo diferente a los paneles solares fotovoltaicos, los cuales convierten directamente la radiación solar en electricidad.
Existen dos tipos principales de sistemas solares térmicos utilizados para la producción de energía: activos y pasivos. Así, mientras que los sistemas activos requieren de partes móviles -como ventiladores o bombas- para hacer circular los fluidos que transportan el calor, los sistemas pasivos no poseen componentes mecánicos, dependiendo de las características de diseño solo para capturar el calor. A su vez, la tecnología también se clasifica en función de la temperatura, pudiendo ser baja, media o alta.
Así, las aplicaciones de baja temperatura (situadas por debajo de los 100 ºC), generalmente utilizan energía solar térmica para agua caliente o calefacción. Mientras que las aplicaciones de temperatura media (entre 100 a 250 ºC) no son tan comunes, siendo utilizadas para, por ejemplo, un horno solar.
Y, para terminar, no deberíamos olvidarnos de algo fundamental: apostar por energías renovables como la energía solar es una forma efectiva para luchar contra el cambio climático. ¿Por qué? Muy sencillo: gracias a ella conseguimos reducir y frenar las emisiones de gases de efecto invernadero (provenientes de los combustibles fósiles).
¿Cuál es el origen de la energía solar térmica?
Se cree que la tecnología que aprovecha la energía del sol con el fin de producir energía (valga la redundancia), fue inventada por vez primera en Estados Unidos, en el año 1896, cuando se crearon unas simples cajas de agua pintadas, colocas en los baños domésticos, con el fin de atrapar la energía térmica del sol.
Luego, William Bailey inventó el que se convertiría en el primer sistema de termosifón, cuyo desarrollo significó que el agua caliente podría ser utilizada tanto de día como de noche.
Desde entonces no hay duda que la tecnología térmica solar ha recorrido un larguísimo camino, mejorando su eficiencia a través de diferentes medios, aunque la premisa principal no ha cambiado: utilizar un tipo de energía limpia y efectiva, que ayude a luchar contra el avance del cambio climático en el que nos encontramos inmersos desde hace décadas.